Jugamos con las personas a un juego sin diversión mutua, no cómo a los que jugábamos cuando éramos pequeños. Y en plena partida siempre alguien se sabe timado, menospreciado, vejado.
Son juegos legitimados: se practican y perfeccionan en los hogares, en los trabajos, en las escuelas, en tu calle.
Casi siempre el entretenimiento radica en conseguir que uno de los jugadores parezca ser un listo muy listo y el otro un tonto muy tonto, así hasta que queden caricaturizados hasta el ridículo.
La noticia más leída en El Periódico es: “Las víctimas de Cleveland pasaron el secuestro atadas.”
En ese jugar con los demás es difícil encontrar la gradación cuando se traspasan determinadas barreras; se empieza ninguneando en una conversación, se continúa sometiendo a alguien cercano y se puede acabar justo en el lugar al que nos permita llegar nuestra propia moral. A veces, muy lejos.